Cuando aquí en Xalapa, una ciudad en donde el tráfico es un simple infierno, una mujer bien arreglada, vestida, maquillada y que se ve muy bonita va caminando en la calle, puedo asegurar que no es la mujer más cómoda del mundo -como lógicamente pareciera-, no está plena.
Te voy a decir por lo que pasó esa mujer desde niña.
Probablemente, sus padres enloquecieron porque la vida que llevaron en los tiempos tan difíciles que les tocó vivir para desarrollarse de una saludable manera fue escudriñada, y ese escrutinio vuelve loco a cualquiera.
Esa locura que inevitablemente sus padres adoptaron no impidió que la amaran como todos los padres aman a sus hijos, lo sepan o no.
Sin embargo, ella no fue capaz de codificar ese amor de la manera correcta en su adolescencia, pero se convirtió en mujer y logró corregir sus errores, comprender y saberse amada, por lo que ahora encontró el amor propio y le gusta hacer cosas buenas por ella y también por los demás.
Muchas mujeres aquí en Xalapa no lograron comprender, ni se supieron amadas, ni aprendieron de sus errores porque les fue imposible aceptar que se equivocaron y prefirieron seguir en su error. Eso las llevó a convertirse en personas enojadas y en personas que al ver a otra mujer que sí pudo aceptarse, naturalmente la odian, la envidian e intentarán hacer todo lo posible por incomodarla y, en algunos casos, por dañarla.
Lamentablemente, ignoran que el remedio para su enojo está en ellas mismas. No ven el mal que hacen con su odio y cuando logran comprometerse con un hombre, por lo general lo envenenan con su hiel y lo vuelven un mal individuo, envidioso y malintencionado y malpensado y malhechor.
La belleza radica completamente en la limpidez. Esas mujeres no saben nada de limpidez, sólo saben ser sucias y, perdón por la palabra, pero son cochinas.
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