Desde el Café
Bernardo Gutiérrez Parra
A mediados de mayo el doctor Jaciel López fue grabado
mientras le daba respiración manual a un enfermo de coronavirus. De acuerdo con
el propio doctor que presta sus servicios en el Hospital Regional de Tampico,
llevaba ocho horas con ese paciente (ocho horas bombeando vida) y lo único que pedía
era que le facilitaran a ese Hospital ventiladores mecánicos.
El facultativo no estaba protestando, estaba
trabajando. No alzó la voz, solo pidió de buena manera un aparato necesarisimo
para salvar la vida de los enfermos. Y lo corrieron.
La Delegación del IMSS le canceló su contrato por considerar
que faltó a sus responsabilidades, pero sobre todo a su probidad como médico. Hazme
el favor, lector, sólo faltó que lo acusaran de disolución social.
Semanas después y ante las protestas por la injusticia
fue reinstalado. Pero ahora sabe que no debe hablar.
En Chiapas, el médico Gerardo Vicente Grajales fue
encarcelado como presunto responsable de abuso de autoridad. Esto porque la
hija de un ex diputado con coronavirus lo acusó de pedirle insumos y equipo
médico para atender a su padre que al final murió.
No dudo que le haya pedido medicinas a su acusadora
(medicinas que serían para salvarle la vida a su papá), como lo hacen miles de
médicos ante el desabasto en los centros de salud. Y ese fue su pecado.
Su detención provocó la movilización de sus colegas y
debido a eso le cambiaron la prisión preventiva por prisión domiciliaria. Por
lo que desde su casa se defenderá de una acusación a todas luces gandalla.
Estos son sólo dos ejemplos de la indefensión en la
que se encuentra el personal que atiende la pandemia.
México es el único país en el mundo donde se despide o
se encarcela al médico que arriesga su vida por salvar la de otros. También es
el único donde se les ataca, vitupera y discrimina. Salvo las excepciones de
rigor, no se les ve como a los salvadores de un familiar, sino como focos de
contagio de los que hay que cuidarse.
Y los denuestos siguen.
Este domingo, médicos que protestaron porque no
quieren que se les trate como a su colega de Chiapas, dijeron que siguen
sufriendo de violencia física y verbal por parte de la ciudadanía y de las
autoridades que los tratan como si fueran criminales.
Uno de ellos dijo que en Xalapa el personal de
enfermería ha sufrido de agresiones físicas, mientras que ellos como médicos
han soportado agresiones verbales. Y al
hablar de la criminalización de la que han sido objeto comentó: “Carecemos de varios
medicamentos contra el Covid-19 porque la Secretaría de Salud no los ha
surtido, es por eso que se los pedimos a los familiares de los pacientes. Eso
fue lo que hizo nuestro colega de Chiapas y por ello fue a prisión. No queremos
que nos pase lo mismo cuando no somos responsables del abasto. No es justo que nos
criminalicen por algo de lo que somos ajenos”.
México es también el único país del mundo, el único,
donde el personal médico aún sigue protestando por la carencia de insumos y medicinas.
Una grave desatención que, de acuerdo con la Organización Mexicanos contra la Corrupción,
ha costado la vida a más de 500 trabajadores entre doctores, enfermeras, químicos
y camilleros.
Pero López Obrador ya pidió para ellos un minuto de
aplausos después del minuto de silencio por los muertos que ha ocasionado la
pandemia. Una pandemia que nos iba a hacer los mandados según lo dio a entender
y cuyas palabras quedan para el registro.
El 28 de enero, cuando la mayoría de los mexicanos no
sabía qué carambas era el Covid-19, dijo que aquí no habría bronca: “Decirles
que no tenemos problemas en México. Es nuestro país afortunadamente de los
países más preparados y con menos riesgos por la afectación de este virus… para
que estemos tranquilos”.
Y un mes después, el 28 de febrero, día en que se
confirmó el primer caso declaró: “Estamos preparados para enfrentar esta
situación del coronavirus, tenemos los médicos, los especialistas, los
hospitales, la capacidad para hacerle frente a este caso del coronavirus. No se
trata (según los diagnósticos técnicos y médicos) de algo terrible, fatal. Ni
siquiera es equivalente a la Influenza”.
Oficialmente la Influenza llegó a México el 11 de
abril del 2009 con la muerte de una niña y hasta el 10 de agosto del 2011 la
OMS anunció el fin de la pandemia en el mundo. Las víctimas mortales a nivel
mundial fueron 18 mil 338 en dos años y cinco meses, contra 52 mil 298
fallecidos en veinte semanas de coronavirus en México.
Cuando la pesadilla del Covid-19 termine, alguien deberá
responder no sólo por las 52 mil muertes de hasta ayer domingo, sino por las 97
mil 900 que habrá en noviembre según el Instituto de Métricas y Evaluación de
Salud de la Universidad de Washington, que hasta el momento no ha fallado en
ninguno de sus macabros pronósticos.
En mi columna anterior dije que Andrés Manuel se
zafará de esta responsabilidad y segurito se la endilgará a Hugo López-Gatell que
en sentido estricto es quien debe responder.
La bronca con este maquiavélico sujeto es que también
anda buscando culpables. Ya le echó la culpa a la raza de bronce, a la prensa
“amarillista” a las refresqueras y a las comercializadoras de frituras. Como
nada de eso le ha dado resultado, es capaz de cargarle los contagiados y los
muertos a los médicos, enfermeras, químicos y camilleros que se siguen
partiendo el alma salvando vidas.
Y es que si algo le sobra al señor López-Gatell aparte
de arrogancia, es desvergüenza, desfachatez y cobardía.
