Carta abierta del General de División DEM retirado, Roberto Badillo Martínez, al 47.° presidente de los Estados Unidos

Por el General de División DEM retirado, Roberto Badillo Martínez
Imagen ilustrativa: Morri Gash/AP vía La Vanguardia
Señor presidente de los Estados Unidos, Donald Trump:
Cuando sus ancestros paternos aún habitaban en pueblos y aldeas de las selvas alemanas, y cuando sus ancestros maternos vivían en poblados boscosos y nevados de Escocia ─hacia el año 1500 de la era cristiana─ las naves de Castilla y Aragón, con Cristóbal Colón al frente, recorrían los mares de lo que ahora se llama América.
Era el comienzo de la más grande aventura de la humanidad. El encuentro de Europa, Asia y África, por un lado, y el enorme continente americano, por el otro. Fue violento cuando las circunstancias lo requirieron, y pacífico cuando prevalecieron las negociaciones. Lo cierto es que hubo lucha entre los que ya estaban y los que llegaban. Era inevitable.
Quienes escribieron esa historia, desde los dos bandos, jamás pensaron en lo que los descendientes de unos y otros iban a decir al respecto. No tenían tiempo para ello. La empresa era tan monumental que había que vivirla día con día en situaciones de tal precariedad que los críticos actuales ni se imaginan.
Así se escribió esta historia fantástica, de héroes indescriptibles cuyos afanes trascendentes aún no han sido contados debido a que el desastre del imperio español ─con las llamadas independencias de América─ fue absoluto.

Imagen: Gaceta UNAM
Los promotores de la caída del imperio español le siguen impidiendo hasta la fecha contar su propia historia, pues temen que se conozca la verdad. Ellos la han contado y la cuentan como les viene en gana, mintiendo y tergiversando los hechos para humillar a la verdadera España: la católica.
Hacia 1635, es decir, 143 años después de la llegada de Colón a lo que ahora es República Dominicana, el reino español había expandido sus dominios hacia Norteamérica, América Central, el Caribe y Sudamérica. Las naves españolas llevaban más de un siglo recorriendo todo el continente.
El virreinato de la Nueva España fue creado en 1535. El nombre nos dice mucho de la importancia que le había conferido la Metrópoli. Fueron creados otros virreinatos en América del Sur, pero solo hubo uno de la Nueva España. También hubo capitanías ─que tenían un rango menor al de los virreinatos─ en América Central y América del Sur.
Para entonces, las autoridades de los virreinatos y capitanías generales españolas acumulaban más de cien años de experiencia, misma que aplicaban autoridades civiles, militares, navales, religiosas, administrativas, etcétera. Ocurrió, pues, que otros imperios europeos organizaron expediciones piratas contra naves españolas y encontraron refugios desde los cuales lanzaban sus ataques.
Esto obligó al reino de España a defenderse, pero ─contra lo que comúnmente se cree en la actualidad─ las decisiones no eran verticales. Obedecían, en realidad, a las propuestas de sus súbditos de América, las cuales se analizaban a ambos lados del Atlántico.
Fue así que el 4 de mayo de 1635 se creó una fuerza naval española llamada la Armada de Barlovento, cuya misión específica era proteger todos los movimientos del reino en los mares de América. No relevaba a la Armada de España que surcaba los mares del mundo. Era una fuerza que debía defender específicamente los intereses de la Metrópoli en los mares de América.
Esto nos habla de la importancia que le reconocía el principal hegemón de la época a las tierras mexicanas de Anáhuac: creó una armada especial para que la defendiera de los otros imperios europeos hostiles.
No se vio en ninguna otra parte del mundo una acción parecida del reino de España. La Armada española tiene muy bien documentado este hecho.

Mapa: Potestade, vía Wikipedia
Señor presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, lo repito de la manera más respetuosa: todo esto pasaba mientras sus ancestros trataban de establecerse en las selvas alemanas y los bosques escoceses.
Desgraciadamente, tenemos en México un gobierno ignorante y antiespañol que no le rebatirá con estos argumentos su propuesta de cambiarle el nombre al Golfo de México por el de Golfo de América.
El gobierno mexicano ignora que más de 120 millones de mexicanos tenemos sangre española en mayor o menor porcentaje; y que no estamos dispuestos a negarla. En ella radica el fue, el es y el será de nuestra mexicanidad; el honor de ser mexicanos y españoles a la vez. Nuestros genes, señor presidente Trump, dan testimonio de dos de las civilizaciones más importantes en la historia de la humanidad.
Un historiador inglés ─extraordinario desde mi modesto punto de vista─, Arnold J. Toynbee, estudió la historia de las grandes civilizaciones y concluyó que en la historia de la humanidad (hasta principios el siglo XX) solo habían existido veinte o veintiún grandes civilizaciones en todos los continentes.

Foto de autor desconocido, vía Wikipedia
Toynbee incluyó, por supuesto, a todos los imperios asiáticos y europeos, así como a Egipto, en el norte de África. Solo que, ¡oh sorpresa!, consideró de igual manera a dos civilizaciones mesoamericanas: la azteca y la maya.
Vale preguntarse, sin embargo, ¿por qué Toynbee no tomó en cuenta a la olmeca, que fue la madre de todas las grandes civilizaciones de Mesoamérica? Es muy simple. En el caso de la azteca, por el impacto que tuvo la llegada de los reinos de Castilla y Aragón al Anáhuac. Para Europa fue una noticia monumental, cuya sorpresa duró siglos, amén de que despertó los apetitos expansionistas de los otros reinos europeos.
Por lo que hace a la civilización maya, esta fue muy promocionada ─con justísima razón─ por estadounidenses y europeos desde el siglo XIX. Fue, como la azteca, una de las grandes civilizaciones en la historia de la humanidad.
En cuanto a la olmeca, sostengo que tiene suficientes elementos para ser incluida entre las grandes civilizaciones de la humanidad que estudió Toynbee. Es pertinente decir que la olmeca pasó inadvertida hasta prácticamente iniciado el siglo XX, a pesar de tener una antigüedad de 3500 años. Su origen se remonta al año 1500 antes de Cristo y su esplendor, según se muestra en el Museo de Antropología de Xalapa, Veracruz, fue entre los años 1000 y 400 antes de Cristo.

Foto: Glysiak, vía Wikipedia
Se estima que la civilización maya tuvo su apogeo entre el 250 y el 950 después de Cristo; por lo que hace a la azteca, se tiene certeza de que tuvo su esplendor entre 1345 y 1521 después de Cristo, año en que sucumbió frente al ejército de Hernán Cortés.
Basta, señor presidente Trump, con que algunos integrantes de su equipo visiten el Museo Nacional de Antropología, el tercero más importante del mundo (después del que se encuentra en El Cairo ─dedicado a la civilización egipciaca─ y del de Nápoles ─dedicado a la civilización romana─) para que le hagan ver, de la manera más respetuosa, que es erróneo pretender que el Golfo de México sea renombrado como Golfo de América. México ya era cuando su país ni siquiera existía.
Ahora se sabe que los olmecas fueron los creadores de la adoración a la serpiente y el jaguar y los iniciadores del comercio terrestre y marítimo entre los pueblos de Mesoamérica. A ellos se debe la adopción del cero, tan importante para las operaciones matemáticas.
Por si fuera poco, los olmecas fueron grandes escultores. Ahí están las 17 grandes cabezas olmecas descubiertas hasta ahora; algunas de ellas con un peso de 40 toneladas. ¿Quiere usted conocer un arte exquisito de más de tres mil años? Ahí está el llamado “señor de las limas”, en el Museo de Antropología de Xalapa.
En fin, las grandes culturas de Mesoamérica no fueron solamente la olmeca, la maya y la azteca. Fueron cuando menos diez o doce que se podrían conocer y estudiar. Los mexicanos conocemos los dos troncos de los que venimos: de los pueblos de Mesoamérica y de los europeos (básicamente de los de la península ibérica ─celtas e iberos─).

Venimos de dos pueblos poderosos en todos los sentidos, aunque haya quienes lo nieguen por ignorancia y peor aún, por perversidad. Por lo demás, es válido considerar que todos los gobiernos del mundo son pasajeros. Los pueblos notables, en cambio, duran siglos y hasta milenios. Los dos troncos de la mexicanidad, señor presidente Trump, son milenarios.
Por todo lo anterior, el imperio español ─que llevaba, repito, años y años de explorar y guerrear en lo que hoy es nuestro continente─ determinó que el golfo que baña casi toda la costa oriental este gran territorio se conociera como Golfo de México. Presidente Trump: tenemos estirpe, la heredamos honrosamente y no inventamos nada. Y me permito decirle que nuestra historia todavía no termina.
Seré, con su venia, más enfático: independientemente de los acuerdos que lleguen a tomar los organismos internacionales y algunos gobiernos con respecto a los temas que usted ha planteado, desde el punto de vista histórico nos constituimos como civilización mexicana antes que se fundara su país.
Le tengo otra información muy importante desde el punto de vista de la diversidad demográfica: cuando la agresión del 11 de septiembre de 2001 contra su país ─la cual generó información de todo tipo durante semanas, meses y años─ se me grabó un dato: en Estados Unidos existen ciudadanos procedentes de casi 190 países.

Foto: Zona Cero vía UIA
Pues bien, según la Oficina del Censo de Estados Unidos, en su país viven aproximadamente 62 millones de ciudadanos de México y América Latina, de los cuales 42 millones ─entre residentes e indocumentados─ son mexicanos. Si a eso le sumamos los 130 millones de mexicanos que viven en México resulta que, solo en Norteamérica, viven aproximadamente 172 millones de mexicanos. Esta cantidad supera a la población estadounidense.
En efecto, según el censo de su país, las principales etnias que viven en los Estados Unidos se dividen así (las cantidades son aproximadas):
- 50 millones de estadounidenses descendientes de alemanes;
- 30 millones de estadounidenses descendientes de irlandeses, entre ellos los Kennedy;
- 20 millones de estadounidenses descendientes de ingleses;
- 15 millones de estadounidenses descendientes de italianos, entre ellos los Sinatra y los Stallone;
- 12 millones de estadounidenses descendientes de franceses;
- 11 millones de estadounidenses descendientes de polacos
- 9 millones de estadounidenses descendientes de hebreos, de los cuales han salido presidentes como Harry S. Truman, Franklin Delano Roosevelt y Dwight David Einsenhower. También importantes banqueros, financieros, científicos, dueños de medios de comunicación, escritores, guionistas, actores, etc.
Hablamos, en números cerrados, de 146 millones de estadounidenses de origen europeo. Los demás, hasta completar los 330 millones de habitantes que tiene Estados Unidos, lo forman ─en proporciones variables─ más de 180 etnias que sobrevivieron en su país al exterminio llevado a cabo por los conquistadores europeos calvinistas y protestante (“el mejor indio es el indio muerto”) y a los campos de concentración (denominados eufemísticamente como “reservas”).
De manera, señor presidente Trump, que la población más numerosa de Norteamérica en la actualidad es la mexicana. En este aspecto, le aseguro que los mexicanos no tenemos divisiones: somos mexicanos. Y punto.
Pero además hay otro hecho histórico: toda Centroamérica es mexicana. Podemos excluir a Panamá, que se desprendió de Colombia por el tema de la construcción del Canal de Panamá. Los demás pueblos centroamericanos tienen indudablemente ascendencia mexicana.
Recuerdo que usted mismo llamó mexicanos a los países de Centroamérica. En efecto, las siete tribus nahuatlacas ─entre ellas la azteca─ llegaron a esa parte de nuestro continente. Recordemos que Nicaragua quiere decir “hasta aquí llegaron los nahuas”. (Es decir, los nahuatlacas que salieron de Aztlán o de Chicomistoc ─”lugar de cuevas” ─).

Autor: Gigette, vía Wikimedia Commons
No olvidemos que el último tlatoani azteca, Cuauhtémoc ─que quiere decir “águila que cae” ─ fue sacrificado por Cortés en Honduras. Por otro lado, si Costa Rica está más allá de Nicaragua, esto no cancela los vínculos que sus pobladores precolombinos tuvieron con los pueblos de Anáhuac.
Entonces, señor presidente Trump, si sumamos los 50 millones de centroamericanos a los 170 millones de mexicanos que habitan en México y los Estados Unidos, tenemos un total de 220 millones de personas. Este dato refrenda también la legitimidad del nombre del Golfo de México.
Algún día, no muy lejano, los propios pueblos centroamericanos se irán reincorporando a su madre patria. México tiene todas las de ganar y nada que perder.
En conclusión, señor presidente Trump: México y sus pueblos precolombinos se encuentran en lo que hoy conocemos como América milenios antes de que los europeos construyeran Estados Unidos. Y por lo que se refiere a los reinos de Castilla y Aragón ─a quienes Colón les dio un nuevo mundo─, siglos antes de que los Estados Unidos se constituyeran como tales.
Entonces, desde el punto de vista de los hechos históricos, bien podemos llamar a América del Norte la América Mexicana. ¿Qué le parece?
Señor presidente Trump: todas las opiniones vertidas en estas líneas son personales. No representan las de ningún militar en activo o retirado. Tampoco las de ningún civil.
Desde hoy tiene usted, por segunda ocasión, el máximo poder político constitucional de su país. Deseo que lo utilice para bien de su pueblo, pero con justicia y de manera respetuosa. Los otros pueblos tienen su dignidad propia. Enfrentará cualquier cantidad de obstáculos, pero la búsqueda del verdadero Bien lo fortalecerá.
Le agradezco mucho su atención.
Atentamente
Gral. de División DEM retirado Roberto Badillo Martínez