Minuto
Mar de León
Todos nacemos con un alma (entendamos por alma al conjunto de apreciaciones que cada persona tiene del mundo que nos rodea). Algunos nacemos con un alma musical, otros con un alma política, otros con un alma matemática.
Algunos nacemos en México, otros en Australia y otros en Estados Unidos.
Y cada nación tiene algo que ofrecer a las nuevas generaciones que vienen llegando todo el tiempo. Y el tiempo y las costumbres están cambiando constantemente.
Estados Unidos, por ejemplo, ofrece a sus ciudadanos un nivel académico elevado en el rango de ciencias, tecnología, la industria, la economía y otras actividades que permiten a las multitudes tener vidas dignas y felices.
Sin embargo, la espiritualidad que Estados Unidos brinda a sus habitantes está dirigida más hacia lo terrenal y, Arabia, digamos, está más dirigida hacia el concepto de Dios, más hacia el Deísmo y a la teosofía, aunque a veces se les pasa la mano y llegan a caer en el azoramiento, en la obstinación, en la porfía, en el temido fanatismo que los llevan a realizar los actos de terrorismo que tanto llanto (y otras cosas negativas) provocan.
México nos consagra con fertilidad en sus tierras, riqueza en sus minas, salud en su flora y fauna, belleza en sus mexicanos (sí… sé que muchos futbolistas mexicanos son horrorosos de aspecto, pero hay otros mexicanos que son guapísimos y existen también mexicanas bellísimas, como mi mamá y mi sobrina Luna).
Algo que México definitivamente no promete a sus pobladores es el conocimiento, la filosofía ni el civismo. Inclusive sus gobernantes han sido hasta mezquinos y -me atrevo a decirles- egoístas con los pilares -que tanto necesitan las nuevas generaciones- de la educación.
Yo tuve la suerte y gran fortuna –que agradezco hasta siempre- de tener unos responsables y diligentes padres colmados de amor por mí y mi hermano.
Por eso aprendí en mi casa lo que las maestras de las escuelas en las que estuve inscrita se negaron tan celosa, negligente e impertinentemente, a ilustrar.
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