El sábado 19 de junio será registrado por la historia de Reynosa como uno de los más cruentos de que se tenga memoria. Y mira lector que esa ciudad ha sido testigo de hechos cruentos. Ese día unos sicarios se pasearon por sus calles durante tres horas como lo haría Juan por su casa y asesinaron sin piedad a 15 personas (todas ellas gente de bien), que tuvieron la desgracia de cruzarse en su camino.
Mataron a unos albañiles que estaban trabajando en una
construcción, a personas que estaban afuera de sus casas, a transeúntes que se
dirigían o volvían de sus trabajos, a abarroteros que despachaban en sus
negocios. Fueron tres horas de terror.
A partir de ese día los reynosenses se han
autoimpuesto un toque de queda que comienza a las seis de la tarde cuando los
negocios comienzan a bajar sus cortinas. Y a las siete de la noche ya no hay
nadie en las calles.
El jueves y viernes de la semana que pasó ocurrieron
enfrentamientos en Zacatecas entre integrantes del Cártel Jalisco Nueva
Generación y el Cártel de Sinaloa que dejaron al menos 18 muertos.
La carretera Monterrey-Nuevo Laredo se ha convertido
en una vía de alto riesgo. En el transcurso de la semana anterior
desaparecieron decenas de personas de las que no se tienen noticias y las
autoridades no tienen mucha prisa por encontrarlas.
Lo dramático es que estos tres hechos que han sido
destacados en medios internacionales, no le han merecido al presidente López
Obrador más que comentarios marginales.
Acá en Veracruz siguen los asesinatos dolosos. Cuando
no es en el norte, es en el centro o en el sur, pero la constante es la misma y
no tiene para cuándo parar. Igual sucede en Guanajuato, Estado de México, la
Ciudad de México, Oaxaca, Guerrero, Puebla, Quintana Roo y ni para qué seguir.
De acuerdo con la Secretaría de Seguridad y Protección
Ciudadana (que no ofrece seguridad y menos protección), en mayo se
contabilizaron 2 mil 963 asesinatos dolosos en el país que lo convirtieron en
el mes más violento de este año y uno de los más fatales de la actual
administración.
Hubo más de 100 asesinatos de candidatos y personajes
ligados a la política durante las campañas electorales, sin contar con la
inusual ola de violencia y aprehensiones arbitrarias que se desató en algunos
estados; Veracruz entre ellos.
Si en el 2019 se cometieron 358 feminicidios y en 2020
se registraron 385, en los primeros seis meses de este año se han contabilizado
412 y la cuenta macabra sigue en aumento todos los días.
Pero ante este panorama que aún puede ser más sombrío,
el presidente López Obrador dijo que el país está en calma y tranquilidad.
¿Qué le pasa a este señor?
Durante la inauguración de un cuartel de la Guardia
Nacional en Ensenada, Baja California y al hablar del proceso electoral
manifestó: “Todo transcurrió bien, la gente se manifestó libremente, no hay
movimientos postelectorales de protesta. El país está en calma, hay
gobernabilidad, hay tranquilidad”.
Miente, si la gente no protesta, sobre todo en los
estados del Pacífico donde manda el narco, es por miedo. Y hacen bien. Sólo un
tarugo o un temerario se atrevería a denunciar que hubo amaño en las elecciones
a sabiendas de que horas después lo estarán velando en medio de cuatro cirios.
¿Cómo puede decir el presidente que el país está en
calma cuando en una semana se cometieron dos sangrientas masacres, cuando el
crimen cobra una vida cada 17 minutos y cuando hay desplazados de Michoacán,
Nayarit, Oaxaca y Guerrero por la delincuencia?
Dime tu lector, ¿cómo se le rebate a alguien que no ve
los más de 87 mil asesinados con dolo que hay en su administración?
La respuesta que dio cuando le dijeron que durante el
proceso electoral fueron asesinados más de 100 políticos fue de antología: “Es
normal, es un asunto de la temporada”. Pero no, no es normal y tampoco “de
temporada”; menos en un país que se supone está en calma y tranquilidad.
No es posible que un jefe de Estado que se dice
humanista hable con esa ligereza. ¿Esta es la paz que nos prometió al principio
de su sexenio?
El desparpajo con el que trata el clima de violencia que
impera en el país me recordó a alguien con quien le encuentro un ligero aire
familiar.
Faltaba poco para que el dictador de Nicaragua,
Anastasio Somoza Debayle renunciara a la presidencia de su país, cuando un
reportero le preguntó: ¿Cómo puede decir que Nicaragua está en paz cuando al
venir a esta conferencia de prensa vimos cadáveres de personas en las calles de
Managua?, a lo que el dictador contestó palabras más, palabras menos: No son
cadáveres; sucede que el clima de Managua es tan benigno que la gente se
acuesta en las calles a tomar el sol.
López Obrador no ha llegado a ese grado de cinismo. Pero
va que vuela para allá.