Ya hablé sobre el rencor histórico que le ha impedido a México mejorar en su soberanía.
Un licenciado
mexicano que ha ejercido durante diez años llega todos los días hábiles a su
casa (y algunos fines de semana cuando le toca hacer guardia), quiere relajarse
unos minutos y prende el televisor. Está el presidente de México diciendo de manera
muy pausada y lenta un comunicado que en lugar de alegrarlo lo indigna y
desespera. Entonces va con su mujer a discutir sobre el tema como si en una
conversación u opinión existiera el poder de arreglar una nación tan fracturada
como lo es México.
Antes había
olmecas, mayas, mexicas, etc., que tenían creencias tan válidas como cualquier
otra y hasta esa sagrada característica usurparon los españoles porque ya
habían ido otros exploradores mucho antes de Colón: celtas, africanos,
fenicios, vascos, templarios, además de los vikingos, y al parecer ellos sí
supieron respetar.
Cinco siglos
después está tan contaminada nuestra cultura que lo que nos quedaría sería
aferrarnos a las creencias que había antes en esta zona. Hay una magnífica
escultura de Xochipilli en el Macuiltépetl. Era el noble de las flores, el dios
de la música, la danza, de los juegos, la poesía y del amor para los mexicas. Si
se le ofrendaban cinco flores de cualquier tipo, realizaba milagros.
Si usted quiere
comprobarlo, la próxima vez que le quiera llevar una ofrenda a la virgen de
Guadalupe o al santito de su preferencia, mejor intente llevarla a la escultura
de esta deidad en las faldas del cerro antes mencionado y haga su petición.
Puede rezarle a
Tonantzin, la diosa del maíz, si tiene hambre. O pedirle ayuda a
Huitzilopochtli, el dios de la guerra, si usted trae pleito con algún vecino. O
a Tlaloc, el dios de la lluvia si vive en Monterrey o si hay tandeo en Xalapa.
En una de ésas se
le concede.