"Lámpara es tu Palabra para mis pasos, una luz en mi sendero" (Sal 119, 105)
Pbro. José Manuel Suazo Reyes
El evangelio de este domingo (Mt 13, 1-23) nos presenta la parábola del sembrador que nos enseña dos cosas importantes: en primer lugar la fuerza vital de la Palabra de Dios y en segundo la necesidad de tener una buena disposición para acogerla. Como la semilla, la Palabra de Dios contiene una fuerza interior tan grande que puede incluso transformar el mundo como lo anuncia el profeta Isaías 55,10; sólo que esa fuerza interior puede perderse dependiendo también de las condiciones que encuentre.
Jesús compara la Palabra de Dios con la semilla. Él es el sembrador. Él ha venido a comunicarnos la Palabra de Dios, es más, él mismo es la Palabra de Dios encarnada, el verbo eterno del Padre que se nos ha manifestado. Pero nosotros debemos abrirle nuestras vidas y este es el punto decisivo. La Palabra de Dios tendrá siempre un efecto, que puede ser también negativo.
Jesús describe en la parábola del sembrador cuatro casos diferentes de acogida o cerrazón a la Palabra de Dios. Un caso es la tierra dura, donde la semilla se queda en la superficie y no penetra en el suelo. Es el caso de un corazón endurecido donde la Palabra de Dios no puede penetrar. En ese caso la Palabra no produce ningún fruto.
Enseguida hay dos casos opuestos entre sí, uno de dificultad y otro de excesiva facilidad. En el primer caso se trata de una acogida superficial que no tiene consecuencias profundas para la propia vida, es el caso de la semilla que cae en terreno pedregoso donde no hay mucha tierra. El caso opuesto es el de la excesiva facilidad, cuando la Palabra de Dios se siembra en una situación en la que todas las cosas son fáciles, no hay persecuciones o tribulaciones sino muchos atractivos y placeres seductores. La palabra queda ahogada como la semilla entre las espinas. La palabra de Dios no produce frutos cuando es acogida sin renuncias fundamentales.
El último caso es el de la Palabra sembrada en tierra buena. Es cuando la palabra de Dios se escucha con atención, se reflexiona y se medita a fin de comprender y vivir sus exigencias y promesas. En este caso la persona se abre cada vez más a ella. En este caso, es cuando la Palabra de Dios produce fruto, en unos casos, el cien, en otros el sesenta y en otros el treinta por ciento. Es algo que depende de alguna manera de la persona.
Desde este punto de vista, el evangelio de este domingo nos invita a realizar un examen de conciencia sobre cuál es nuestra actitud ante la Palabra de Dios. ¿Qué tipo de acogida le ofrecemos? ¿En qué tipo de terreno se está sembrando la Palabra de Dios que escuchamos?
Da la impresión que el caso más frecuente en nuestro tiempo es el tercero: la palabra sembrada entre espinas. Las espinas representan no cosas punzantes, sino atractivas. Jesús las interpreta como “la preocupación por las cosas del mundo y la seducción de las riquezas”. Hoy tenemos muchas distracciones y posibilidades de diversión, también muchas ocasiones de obtener beneficio y de búsqueda de la comodidad y de la riqueza. Quien se deja atrapar por estas ofertas no está ciertamente en condiciones de acoger la Palabra de Dios como es debido. En ese caso, la Palabra de Dios queda ahogada por los impulsos naturales de búsqueda de la riqueza, del placer y del poder.
Pbro. José Manuel Suazo Reyes
El evangelio de este domingo (Mt 13, 1-23) nos presenta la parábola del sembrador que nos enseña dos cosas importantes: en primer lugar la fuerza vital de la Palabra de Dios y en segundo la necesidad de tener una buena disposición para acogerla. Como la semilla, la Palabra de Dios contiene una fuerza interior tan grande que puede incluso transformar el mundo como lo anuncia el profeta Isaías 55,10; sólo que esa fuerza interior puede perderse dependiendo también de las condiciones que encuentre.
Jesús compara la Palabra de Dios con la semilla. Él es el sembrador. Él ha venido a comunicarnos la Palabra de Dios, es más, él mismo es la Palabra de Dios encarnada, el verbo eterno del Padre que se nos ha manifestado. Pero nosotros debemos abrirle nuestras vidas y este es el punto decisivo. La Palabra de Dios tendrá siempre un efecto, que puede ser también negativo.
Jesús describe en la parábola del sembrador cuatro casos diferentes de acogida o cerrazón a la Palabra de Dios. Un caso es la tierra dura, donde la semilla se queda en la superficie y no penetra en el suelo. Es el caso de un corazón endurecido donde la Palabra de Dios no puede penetrar. En ese caso la Palabra no produce ningún fruto.
Enseguida hay dos casos opuestos entre sí, uno de dificultad y otro de excesiva facilidad. En el primer caso se trata de una acogida superficial que no tiene consecuencias profundas para la propia vida, es el caso de la semilla que cae en terreno pedregoso donde no hay mucha tierra. El caso opuesto es el de la excesiva facilidad, cuando la Palabra de Dios se siembra en una situación en la que todas las cosas son fáciles, no hay persecuciones o tribulaciones sino muchos atractivos y placeres seductores. La palabra queda ahogada como la semilla entre las espinas. La palabra de Dios no produce frutos cuando es acogida sin renuncias fundamentales.
El último caso es el de la Palabra sembrada en tierra buena. Es cuando la palabra de Dios se escucha con atención, se reflexiona y se medita a fin de comprender y vivir sus exigencias y promesas. En este caso la persona se abre cada vez más a ella. En este caso, es cuando la Palabra de Dios produce fruto, en unos casos, el cien, en otros el sesenta y en otros el treinta por ciento. Es algo que depende de alguna manera de la persona.
Desde este punto de vista, el evangelio de este domingo nos invita a realizar un examen de conciencia sobre cuál es nuestra actitud ante la Palabra de Dios. ¿Qué tipo de acogida le ofrecemos? ¿En qué tipo de terreno se está sembrando la Palabra de Dios que escuchamos?
Da la impresión que el caso más frecuente en nuestro tiempo es el tercero: la palabra sembrada entre espinas. Las espinas representan no cosas punzantes, sino atractivas. Jesús las interpreta como “la preocupación por las cosas del mundo y la seducción de las riquezas”. Hoy tenemos muchas distracciones y posibilidades de diversión, también muchas ocasiones de obtener beneficio y de búsqueda de la comodidad y de la riqueza. Quien se deja atrapar por estas ofertas no está ciertamente en condiciones de acoger la Palabra de Dios como es debido. En ese caso, la Palabra de Dios queda ahogada por los impulsos naturales de búsqueda de la riqueza, del placer y del poder.