Al contemplar, con una mirada de fe, los últimos dos años que han pasado, me doy cuenta de que, sobre la marcha, el clima se tornó en penumbras y luces, las cuales nos han dejado esperanza.
El
mejor fruto que se ha obtenido en el tiempo de este camino ha sido el de los
hombres y las mujeres que luchan día a día en contra de toda situación y
adversidad, por ejemplo, la enfermedad, la falta de trabajo, la realidad
económica, así como la inseguridad, entre otros aspectos negativos; ello, sin olvidar
la experiencia de la muerte de algún ser querido, familiar o conocido.
Hombres,
mujeres, niños, familias completas y un sinfín de ciudadanos de todas las
regiones de nuestro país han sostenido, con fortaleza y esperanza, los embates
del cambio de una época que se ha tornado difícil; han dado muestra de
heroísmo, templanza y amor sin igual. Siempre se debe recordar su ejemplo de
virtud permanente, porque si se dejan de recordar todos los hechos heroicos y
de caridad, la memoria se pierde y se desvanece como una pálida tinta, motivo por
el cual se pone en riesgo el futuro que nos aguarda.
Estas
personas han sido testigos y la mejor prueba de que existe la autenticidad y la
fidelidad en estos últimos años. Todos hemos luchado de diferentes formas y no
podemos permitir que la riqueza de esta experiencia quede en el olvido; se
escucha cruel, pero quiero recordar que también las grandes pruebas, los
grandes desafíos y los innumerables obstáculos forjan el carácter del ser
humano, sin perder la esperanza y la fe en una nueva vida.
Hoy
seguimos resistiendo. Debemos mirar hacia un mañana lleno de esperanza, el cual
alienta nuestro paso en el camino, sin extraviar la esperanza. Por lo tanto, es
necesario dejar oír nuestra voz y nuestro clamor, el cual confía en un mañana
con nuevos horizontes. No dejaré de proclamar que “la esperanza ha perdido el
miedo” y busca albergarse en los corazones de aquellos que hemos pasado por
todo este umbral. “Si el hombre es dueño de la posibilidad de superar para
siempre la miseria, la enfermedad y la ignorancia, ¿por qué no cruzar el
umbral?”
La
fuerza que me mueve a decirte que “la esperanza ha perdido el miedo” no viene
de mi capacidad de elocuencia, sino de aquel que me dice ¡vive con
esperanza!, porque ella ha perdido el miedo y quiere manifestarse en quien
desea una vida mejor. Lo he dicho muchas veces, no me cansaré de repetir que ¡la
muerte no tiene la última palabra! Esto que estamos viviendo solo es un
episodio más de la vida.
Vivir
con esperanza es reconocer que Dios está dentro de nosotros, que siempre nos
protege, nos ayuda y nos enseña, sin importar las circunstancias con las cuales
debemos lidiar. Esperar contra todo y con esperanza, es dejar que ésta pierda
el miedo y, así, yo me pueda dejar abrazar por ella.
Se
puede aceptar y vivir en una esperanza fiable, gratuita, con la cual podamos
afrontar nuestro presente, aunque éste sea fatigoso, si nos lleva hacia una
meta. La meta es grande, tan grande, que es capaz de justificar el esfuerzo del
camino. ¡El hombre no puede vivir sin esperanza! Ella ha perdido el miedo, anda
en busca de aquel que la quiera abrazar. Y tú, ¿quieres abrazarla?