La
frase “el que no ama, no conoce a Dios” significa que el amor constituye la
esencia divina. Conocer a Dios exige amar. Por lo tanto, una relación auténtica
con Él se manifiesta a través de la capacidad de amar a los demás de manera
incondicional. Quienes no aman de esta forma denotan no haber tenido un
encuentro profundo con el amor divino. No obstante, al conocer más a Dios la
cordialidad y el amor se anteponen al egoísmo y a la indiferencia. Dejar de
centrarse en uno mismo conduce a atender
y escuchar activamente a los demás. También impulsa a comprender y conectar con
los sentimientos de otros. Esta apertura incluye aceptar críticas constructivas
para identificar y modificar actitudes contrarias al verdadero conocimiento de
Dios.
“El
amor es un acto de la voluntad que tiene su esencia en el bien”, dijo Tomás de
Aquino. No se limita a una emoción. Implica desear el bien del otro y lograr
con ello la elevación de la vida hacia Dios. Así, el amor no es un simple sentimiento,
sino una elección racional y desinteresada. Cuando se busca el bien del prójimo
de esta manera, se cumple la máxima; donde existe voluntad hay amor. Esto supone
conocerse y amarse de forma equilibrada para poder amar correctamente a los
demás. Además, el amor se vuelve genuino cuando, sin interés personal, conduce
a la renuncia de ciertos derechos. En ese punto se convierte en una fuerza
unificadora, siempre orientada hacia Dios.
En
seguida se aborda la voluntad humana y la voluntad de Dios, entendida como un
acto de amor hacia las personas. Los actos de la voluntad orientados al bien del
otro constituyen expresiones de amor auténtico. También existen actos vinculados
al apetito sensitivo, por ejemplo, los relacionados con el placer y la alegría.
Así, quien se ama a sí mismo procura el bien propio y, en consecuencia, busca compartirlo.
De ahí surge la idea de una “fuerza que unifica”, pues integra al otro en
calidad de segundo yo.
El
amor divino se manifiesta como fuerza de unión, porque conduce a participar del
bien máximo, es decir, el amor de
Dios. Este amor es grande y eterno. Dios ama a todos, incluso a quienes
no lo aman, y quiere siempre el bien para cada ser humano. Sin embargo, su
forma de amar no se asemeja a la de su creación. La voluntad divina es amarnos;
la cuestión es si habrá respuesta en cada persona. Corresponder a ese gran amor
resulta esencial para la plena realización del ser humano.
En
otro momento se expondrán diversas formas de responder a este amor divino. Mientras
tanto, basta recordar que las criaturas no son eternas. Esto no representa
obstáculo alguno, pues estamos llamados a amarnos en esta vida para trascender hacia
la eternidad.