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domingo, 31 de agosto de 2025

El amor, la fuerza que unifica

 Ruan Ángel Badillo Lagos


La frase “el que no ama, no conoce a Dios” significa que el amor constituye la esencia divina. Conocer a Dios exige amar. Por lo tanto, una relación auténtica con Él se manifiesta a través de la capacidad de amar a los demás de manera incondicional. Quienes no aman de esta forma denotan no haber tenido un encuentro profundo con el amor divino. No obstante, al conocer más a Dios la cordialidad y el amor se anteponen al egoísmo y a la indiferencia. Dejar de centrarse  en uno mismo conduce a atender y escuchar activamente a los demás. También impulsa a comprender y conectar con los sentimientos de otros. Esta apertura incluye aceptar críticas constructivas para identificar y modificar actitudes contrarias al verdadero conocimiento de Dios.

“El amor es un acto de la voluntad que tiene su esencia en el bien”, dijo Tomás de Aquino. No se limita a una emoción. Implica desear el bien del otro y lograr con ello la elevación de la vida hacia Dios. Así, el amor no es un simple sentimiento, sino una elección racional y desinteresada. Cuando se busca el bien del prójimo de esta manera, se cumple la máxima; donde existe voluntad hay amor. Esto supone conocerse y amarse de forma equilibrada para poder amar correctamente a los demás. Además, el amor se vuelve genuino cuando, sin interés personal, conduce a la renuncia de ciertos derechos. En ese punto se convierte en una fuerza unificadora, siempre orientada hacia Dios.

En seguida se aborda la voluntad humana y la voluntad de Dios, entendida como un acto de amor hacia las personas. Los actos de la voluntad orientados al bien del otro constituyen expresiones de amor auténtico. También existen actos vinculados al apetito sensitivo, por ejemplo, los relacionados con el placer y la alegría. Así, quien se ama a sí mismo procura el bien propio y, en consecuencia, busca compartirlo. De ahí surge la idea de una “fuerza que unifica”, pues integra al otro en calidad de segundo yo.

El amor divino se manifiesta como fuerza de unión, porque conduce a participar del bien máximo, es decir, el amor de Dios. Este amor es grande y eterno. Dios ama a todos, incluso a quienes no lo aman, y quiere siempre el bien para cada ser humano. Sin embargo, su forma de amar no se asemeja a la de su creación. La voluntad divina es amarnos; la cuestión es si habrá respuesta en cada persona. Corresponder a ese gran amor resulta esencial para la plena realización del ser humano.

En otro momento se expondrán diversas formas de responder a este amor divino. Mientras tanto, basta recordar que las criaturas no son eternas. Esto no representa obstáculo alguno, pues estamos llamados a amarnos en esta vida para trascender hacia la eternidad.