Por Miguel Ángel Cristiani
En Veracruz, hasta los baches se atienden con outsourcing.
Después de seis años de olvido carretero cortesía del ex Cuitláhuac García, hoy
la gobernadora Rocío Nahle anuncia, con sonrisa y tijeras listas para cortar
listones, su flamante Programa de Bacheo Carretero. Muuuuchos millones de pesos
para tapar huecos… en el pavimento. Porque los huecos en la economía local,
esos, siguen ahí.
El detalle —porque siempre hay un detalle— es que la
operación rescate se está convirtiendo en operación mudanza: 90% de las obras
están en manos de empresas foráneas, principalmente de Tabasco. Sí, ese estado
que casualmente es la tierra de origen de varios amigos del régimen. Los
camiones llegan rotulados con “Dos Bocas” y “Tren Maya” como si fueran trofeos
de guerra. Y mientras, en casa, ocho de cada diez empresas constructoras
veracruzanas están paradas, esperando a que alguien les tire, aunque sea, una
banqueta para reparar.
Lo dice Marco Salas Contreras, presidente de la Sociedad
Mexicana de Industriales y Transformadores de la Construcción. De las trece
obras relevantes en curso, solo una o dos son de firmas locales. Las demás se
van a Tamaulipas, Hidalgo, Ciudad de México… y, claro, Tabasco. ¿Falta de
capacidad técnica? No. Falta de “amistades útiles” y de condiciones mínimas
para competir, empezando por algo tan básico como los anticipos. Porque aquí
las licitaciones son como las fiestas VIP: si no llegas con todo pagado, ni
entras.
Salas propone esquemas de financiamiento o factoraje para
que las empresas locales tengan oxígeno. Pero parece que a la hora de asignar
contratos, el gobierno prefiere que el oxígeno venga con código postal de
fuera. Y luego se preguntan por qué la economía no levanta: porque la derrama
económica se está derramando… pero en otras cuentas bancarias.
Aquí la pregunta incómoda: si el dinero es veracruzano, ¿por
qué se va a asfaltar carreteras foráneas —porque, en el fondo, eso es lo que
ocurre cuando las utilidades se fugan—? No se trata de cerrarse ni de vetar
competencia, pero sí de aplicar un principio básico que en política parece
ciencia ficción: que el beneficio quede donde se genera el gasto.
Este no es un tema menor. En construcción, cada peso
invertido localmente multiplica empleos, consumo y actividad económica. Cada
peso que se va fuera es un hueco más en la economía estatal. Y a este paso,
vamos a tener carreteras lisas, pero bolsillos llenos… en Villahermosa.
La gobernadora aún puede corregir el rumbo. Un diálogo real
con los constructores veracruzanos no es un favor, es una obligación moral y
económica. Porque, a final de cuentas, lo que se está pavimentando no son solo
caminos, sino el modelo de cómo se reparte el poder y la riqueza. Y si el
modelo consiste en que los contratos se queden entre cuates, los baches físicos
serán lo de menos.
Estamos en agosto, el cierre de año se acerca, y la última
etapa para detonar obra pública se escapa. Si no se actúa ya, los baches
quedarán cubiertos, pero la economía veracruzana seguirá como las calles de
siempre: parchada, desigual… y llena de huecos estratégicos.
En política, como en carretera, no importa tanto el listón
que cortes, sino a quién le diste la obra. Y por ahora, en Veracruz, los baches
están tapados… pero el hoyo en la justicia económica es cada vez más profundo.