Aunque todavía no se ha definido si el nombre será Javier o Edgar, lo que sí parece seguro es que el apellido Herrera volverá a aparecer en las boletas electorales en 2027.
El dato no es menor: la postulación sería por un
distrito de la Cuenca del Papaloapan, específicamente en el terruño de Nopaltepec,
lugar de origen de Fidel Herrera Beltrán, el llamado Tío Fide.
Han pasado ya varios años desde que el exgobernador
veracruzano dejó lo que él mismo solía llamar, sin rubor alguno, “el pinche
poder”. Y aun así, persiste una percepción que lo distingue del resto de la
clase política: la memoria de su generosidad.
En las conversaciones donde su nombre sigue
apareciendo —y no son pocas— rara vez se escucha a alguien decir: “yo le
pedí ayuda y no me la dio”. Por el contrario, el recuerdo dominante es el
de un político que sí daba, y daba mucho.
No repartía tarjetas del Bienestar ni prometía
apoyos futuros. Repartía billetes en efectivo, literalmente a manos
llenas. Lo mismo servían para solventar un funeral, comprar medicinas
urgentes o apoyar la fiesta de quince años de alguna muchacha del pueblo.
Era un secreto a voces: quien se acercaba a
Fidel Herrera a pedir apoyo, difícilmente se iba con las manos vacías.
Cuenta la leyenda urbana —esa que suele contener
más verdad que muchos informes oficiales— que cada mañana pasaba temprano por
Palacio de Gobierno, donde le entregaban fajos de billetes que distribuía entre
los múltiples bolsillos de su saco, listos para ser repartidos a lo largo de
una agenda frenética.
Los opositores dirán —no sin razón— que no era
su dinero, que en realidad se trataba de recursos públicos. Pero
también es cierto que ese dinero se entregaba de manera directa, sin
intermediarios y, en muchos casos, sin condicionamientos visibles.
Una anécdota resume mejor que cualquier discurso su
fama: una mujer, conocida profesionalmente por pedir apoyos, lo esperaba a la
salida del estacionamiento de Palacio. Al verlo salir en su camioneta, se
atravesó con los brazos extendidos. Los escoltas intentaron retirarla, pero
Fidel bajó del vehículo y ordenó que la dejaran. Metió la mano en el saco para
sacar billetes cuando ella le gritó:
—¡No de esa bolsa no, de la otra!
Sabía perfectamente en cuál guardaba los de mayor denominación.
Ese reconocimiento a su generosidad perdura
hasta hoy, pese al paso del tiempo y a los claroscuros de su gestión.
No es casualidad, entonces, que en los primeros
días del próximo año comience a operar una Fundación Social que, de
manera lógica, llevará el nombre de “Tío Fidel”, administrada por sus
descendientes.
De hecho, ya ha comenzado a brindar apoyos a
familias de la zona norte del estado afectadas por inundaciones, aunque
de ello se ha hablado poco.
El Tío Fide sigue siendo, para muchos
políticos, un ejemplo incómodo:
porque hoy también hay quienes se llenan los bolsillos… pero ya no reparten
nada.
