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viernes, 17 de julio de 2020

Libros digitales y cambio climático


Adalberto Tejeda-Martínez
 Los libros digitales están prosperando en el encierro de la pandemia. Se equivocó Ray Bradbury cuando pronosticó, en la novela «Farenhait 451», que la pantalla de plasma arrinconaría en la clandestinidad al libro y la lectura. Por el contrario, las pantallas táctiles son máquinas de lectura y de escritura insospechadas hace dos décadas. La otra mitad de la magia de las letras digitales es la Internet, donde se ha ido armando la biblioteca universal soñada por Borges.
     El libro digital le va robando terreno al tradicional, pero está lejos de ganar la carrera no obstante sus ventajas: es tan portátil que una biblioteca con miles de títulos no pesa ni un kilo, o más bien pesa lo que pesa el artefacto que la almacena; cada leyente puede escoger tipografía y color del «papel» y acceder a animaciones y sonidos que en los impresos serían anexos engorrosos. Para quienes leemos consultando el diccionario, el acceso a enciclopedias y lexicones es casi ilimitado si se tiene conexión a Internet, o a falta de conexión se puede cargar en el dispositivo una enciclopedia. Muchas novedades literarias pueden adquirirse en formato digital sin esperar a que lleguen a la librería tras cruzar fronteras y aduanas. Además, las ediciones electrónicas suelen ser más baratas que las de bulto, lo que, junto con su portabilidad, las convierte en un remedio a la saturación de las bodegas de las editoriales universitarias, ejemplos de ineficiente distribución bibliográfica.
     En cuanto a la información diaria, ni qué decir: quien lee esta nota lo hace sin la intermediación del papel, y es probable que se salte esta lectura porque información sobre acontecimientos que amenazan o prometen transformar el mundo —o al menos, su mundo— acaba de aparecer en múltiples portales noticiosos.
     En cambio, no es tan cierto que las publicaciones digitales contaminan menos que las convencionales. Hay que considerar la energía que consumen los dispositivos personales y los grandes centros de cómputo donde se almacenan libros, periódicos y revistas virtuales, la llamada «nube», que no es tal sino computadoras que se alimentan de electricidad, al igual que las lámparas y los climas artificiales de sus albergues. Según la nota «¿Cuánto contamina enviar un tuit…?» de la edición ¡digital! del diario español El País, las tecnologías de la información y la comunicación consumen entre el 6% y el 9% de la energía mundial, y dentro de diez años alcanzarán el 30%, o sea que para entonces serán responsables del cambio climático como en un 10%.
     Pero mientras los devoradores de noticias ya casi abandonaron el papel, los lectores de libros no se acaban de decidir, y no por consideraciones ambientales, sino por un atavismo milenario: de haber vivido en la época romana, ante los primeros libros encuadernados habrían preferido el placer de desenrollar papiros.