Desde el Café
Bernardo Gutiérrez Parra
Uno de los libros más vendidos en los años ochenta del
siglo anterior, no lo escribió un literato, lo escribió un matón. El libro se
llama Lo Negro del Negro Durazo y en él su autor José González González, denuncia
las barbaridades que cometía Arturo Durazo Moreno, el temible jefe de la
policía defeña en tiempos de López Portillo. También menciona que los fines de
semana los policías de tránsito recibían ordenes de cerrar una parte del Periférico
para que el junior del Negro jugara arrancones con sus amiguitos.
Cuenta además la vez que el chamaco atropelló y mató a
una anciana y por supuesto, no le hicieron nada.
Era la
impunidad del PRI en toda su expresión.
Y es que esa impunidad no sólo cubría con su manto a
los políticos, también lo hacia con sus hijos, esposas, hermanos, queridas e
incluso con los amigos.
Parte de lo cotidiano era enterarnos de las
arbitrariedades cometidas por el hijo de un politicastro que se pasaba un alto.
Al conque de “no saben con quién se están metiendo” el mozalbete y sus guaruras
tundían a los policías y resultaban exonerados. En infinidad de ocasiones
patanes cobijados por la impunidad le voltearon la tortilla a un ciudadano
agredido que de eso, de agredido, se convertía en agresor e iba a dar a la
cárcel.
Y como esos ejemplos miles a lo largo de casi noventa
años. Era la impunidad del PRI regodeándose a sus anchas.
Pero algún día se les va a acabar, decía la consigna
popular iracunda e impotente.
Y ese día llegó el 1 de julio de este año cuando más
de 30 millones de mexicanos se pusieron de acuerdo y le dieron la tunda de su
vida al PRI, al grado de quitarle el poder que ostentó y mandarlo a terapia
intensiva.
¿También le tocó su carambiza a la impunidad? No
hombre qué va, no le tocaron ni un pelo. De hecho, al ver boqueando al tricolor
hizo como que no lo conocía y se fue.
El pasado primero de mayo Jonathan “N” de 21 años, fue
acusado de violar a una menor de edad en un motel de Coatzacoalcos. La joven de
origen hondureño, comunicó el ataque a sus padres que levantaron una denuncia.
Como sucede en estos casos el agresor se evaporó por
casi cinco meses hasta que fue aprehendido el domingo anterior.
Jonathan fue puesto a disposición de la jueza Ludivina
García Rosas que lo soltó horas después al cambiar el cargo de pederastia
agravada por el de estupro. La Fiscalía estatal puso el grito en el cielo y
anunció que impugnaría el fallo. Pero por lo pronto el nene se fue a su casa.
¿En que se basó la jueza para decretar tamaña
decisión?
Sabrá Dios.
Quizá tuvo que ver el amor filial de la hermana de
Jonathan que mediante una carta pidió que no se hagan juicios sin sustento
contra su hermano ya que éste no fue detenido, sino que se entregó solito a las
autoridades. Agregó que el chavo jamás eludió la acción de la justicia, toda
vez que no fue requerido por la autoridad competente para aclarar los
señalamientos que le imputan. Y pidió se respete su presunción de inocencia.
¿Sería por eso que Jonathan sólo duró unas horas detenido
y se libró de una acusación que de resultar cierta lo hubiera condenado a varios
años de prisión?
Si así fue, ojalá todo veracruzano o de plano todo
mexicano, tuviera una hermana como Tania Cruz Santos para que lo libre de todo
mal. Y es que aparte de que quiere mucho a su carnal también es diputada
federal por Morena.
La impunidad no se ha ido, simplemente cambió de
partido.