· Renuncia
la Universidad Veracruzana a su responsabilidad social
· A
su papel como impulsora del desarrollo regional
· Es
un síntoma de un modelo universitario centralista, elitista y desconectado de
la realidad
Por Miguel Ángel
Cristiani G.
En un estado tan vasto y diverso como Veracruz, resulta
inadmisible que, después de casi dos décadas, la Universidad Veracruzana —la
máxima casa de estudios del estado— no haya ampliado significativamente su
cobertura territorial. El Informe de Labores 2023-2024 presume presencia en 27
municipios a través de cinco regiones universitarias; sin embargo, el dato se
revela engañoso cuando se constata que sólo 21 municipios cuentan con
instalaciones reales de la Universidad Veracruzana Intercultural (UVI),
mientras que el resto apenas dispone de “Casas UV”, sin oferta académica
regular ni planta docente estable.
Lo que estamos presenciando, y lo digo con todas sus letras,
es la renuncia deliberada —por negligencia, comodidad o desinterés
institucional— de la Universidad Veracruzana a su responsabilidad social y a su
papel como impulsora del desarrollo regional. Esta omisión no es solo un
problema administrativo: es un síntoma de un modelo universitario centralista,
elitista y desconectado de la realidad rural e indígena veracruzana.
Decir que la UV "cubre" 27 municipios cuando en
realidad atiende solo el 24.5% de los municipios del estado es, en el mejor de
los casos, una exageración propagandística. En el peor, una estrategia
institucional para maquillar el estancamiento. Veracruz tiene 212 municipios,
muchos de ellos en zonas rurales y marginadas que claman por oportunidades
educativas como única vía posible de movilidad social y progreso económico.
Y es que, a pesar de los discursos sobre “equidad”,
“interculturalidad” y “acceso universal”, la UV ha apostado por fortalecer sus
centros urbanos: Xalapa, Veracruz-Boca del Río, Orizaba-Córdoba, Poza
Rica-Tuxpan y Coatzacoalcos-Minatitlán. Ahí se concentra la infraestructura, el
personal, la inversión, las oportunidades. Las zonas rurales —como
históricamente ha sucedido— quedan otra vez al margen, como si su juventud no
mereciera educación superior pública, gratuita y de calidad.
El doctor Rafael Vela Martínez, en su libro recientemente
presentado, sobre la Universidad Veracruzana, su pasado inmediato y sus retos
actuales hace un muy detallado diagnóstico: Este abandono tiene efectos reales,
profundos y duraderos. No se trata solo de cifras en un informe, sino de vidas
truncadas, talentos desperdiciados y regiones condenadas al rezago perpetuo.
Primero, el capital humano de las regiones
se ve diezmado. Al no contar con opciones educativas locales, los jóvenes deben
migrar —si pueden costearlo— o resignarse a empleos mal remunerados o a la
economía informal. Se genera una “fuga de cerebros” silenciosa y constante.
Segundo, la economía local se asfixia. La
universidad debería ser semillero de innovación, ciencia aplicada y soluciones
concretas a los problemas de cada región. Pero sin presencia institucional, no
hay proyectos de vinculación, ni desarrollo tecnológico, ni impulso a sectores
estratégicos como la agroindustria, la biotecnología o las energías renovables.
Tercero, se profundiza la desigualdad.
Quienes viven en zonas urbanas acceden a la UV; quienes nacen en el campo, en
la sierra o en la selva veracruzana, no. Así se perpetúa el círculo vicioso de
exclusión social y se dinamita cualquier intento de cohesión territorial.
Cuarto, se inhibe la generación de
soluciones locales. En ausencia de centros universitarios, no hay foros, ni
observatorios, ni diagnósticos regionales. La comunidad pierde su derecho a
pensar, cuestionar, investigar y proponer desde su realidad.
Nos comentó el doctor Rafael Vela que la falta de
crecimiento en la cobertura territorial universitaria no es fortuita. Responde
a un modelo de gestión anquilosado, burocrático, cómodo en su zona de confort.
A pesar de los recursos públicos que recibe, la UV no ha planteado una
expansión realista, gradual y comprometida hacia las zonas que más lo
necesitan. El discurso intercultural queda en los documentos; en los hechos, la
Universidad Veracruzana continúa siendo una institución para las ciudades
medias y grandes, no para el estado entero.
Y no es que falten diagnósticos. Desde Gonzalo Aguirre
Beltrán hasta los estudios actuales sobre desarrollo regional, se ha señalado
con claridad que el abandono universitario en regiones marginadas genera
dependencia, sometimiento y reproducción de la pobreza. La falta de presencia
universitaria alimenta la “causación circular acumulativa” que describiera
Myrdal: a menor infraestructura, menor inversión; a menor inversión, menor
desarrollo; a menor desarrollo, más pobreza.
No puede aceptarse que la Rectoría, después de tantos años
en el cargo, siga culpando a las condiciones presupuestales o a la complejidad
territorial del estado. La planeación estratégica, la gestión de recursos, la
concertación con gobiernos locales y la voluntad política podrían —si se
tuvieran— haber permitido ampliar significativamente la presencia de la UV.
Pero no ha sido así.
Peor aún: en lugar de promover un sistema de educación
superior policéntrico y equitativo, se han fortalecido sedes centralistas con
servicios y campus de “primer mundo”, mientras que las regiones con alta
población indígena y rural siguen sin aulas, sin bibliotecas, sin docentes, sin
futuro.
Si la UV quiere recuperar su papel histórico como agente de
desarrollo regional, debe transformar de raíz su lógica institucional. No se
trata de abrir más oficinas o de repartir propaganda: se trata de llevar
educación donde no la hay. Se trata de formar profesionales para y desde las
regiones. Se trata de crear centros de investigación que respondan a las
problemáticas locales, de impulsar carreras adaptadas al contexto rural e
indígena, de descentralizar presupuesto, poder y toma de decisiones.
En suma, se trata de devolverle a la Universidad Veracruzana
su carácter de bien público, no de privilegio urbano.
Cerrar los
ojos ante la exclusión territorial de la UV es aceptar que hay jóvenes
veracruzanos que valen menos que otros. Y eso, en una democracia que se precie
de justa, es simplemente inaceptable.
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