Por Miguel Ángel Cristiani G.
El anuncio de la llegada de cruceros turísticos al
heroico puerto de Veracruz, a partir de 2026 merece una lectura cuidadosa. No
se trata solo de barcos llenos de turistas con cámaras y sandalias. Al fin, se
trata de recuperar una vocación histórica de Veracruz como puerto de
bienvenida, de intercambio cultural y de derrama económica. Hoteles,
restaurantes, comercios, prestadores de servicios y promotores culturales
pueden beneficiarse, siempre y cuando se evite el error clásico: concentrar la
ganancia en unos cuantos y dejar las migajas al resto. El turismo, bien
gestionado, puede ser motor de bienestar; mal manejado, es solo espectáculo
pasajero.
Treinta y dos años no son poca cosa cuando se trata
de instituciones públicas en México. Menos aún si han sobrevivido a sexenios,
ocurrencias, recortes, improvisaciones y esa vieja costumbre nacional de
confundir el poder con el botín. ASIPONA Veracruz llega a su aniversario número
32 con hechos concretos, no con discursos huecos. Y en tiempos donde la
propaganda suele ir más rápido que las obras, eso ya es una noticia que merece
detenerse a pensar.
El arranque de la construcción del segundo
rompeolas más grande de América Latina —3.5 kilómetros de ingeniería dura
frente a la Bahía Norte— no es solo una proeza técnica. Es, sobre todo, una
decisión política bien tomada. Una apuesta de largo aliento en un país donde el
corto plazo manda y la foto del día suele valer más que el proyecto de futuro.
Veracruz, históricamente golpeado por el abandono y la corrupción, vuelve a
mirarse como lo que siempre fue: una puerta estratégica de México al mundo.
Conviene decirlo sin rodeos: los puertos no son
adornos. Son arterias económicas. Por ellos entra y sale buena parte de la vida
productiva del país. Veracruz ha sido, desde la Colonia, eje del comercio, de
la migración, de la cultura y también de los conflictos. Cuidarlo, modernizarlo
y proyectarlo no es un favor a una región; es una obligación del Estado
mexicano. Por eso resulta relevante que hoy se hable de protección, navegación
segura, competitividad logística y crecimiento sostenible, y no solo de cifras
infladas para boletines oficiales.
El nuevo rompeolas, que se sumará al ya existente
de 4.2 kilómetros —el más grande de la región—, no es un capricho monumental.
Es infraestructura estratégica frente al cambio climático, las tormentas cada
vez más violentas y la necesidad de atraer inversiones serias. La inversión
anunciada, 7,750 millones de pesos, y la proyección de más de 10 mil empleos
directos y más de 107 mil indirectos hasta 2028, no son números menores. Son,
si se administran con honestidad, una posibilidad real de que el progreso deje
de ser un concepto abstracto y se refleje en los bolsillos de la gente.
Bajo la dirección del almirante Abraham Caballero
Rosas, ASIPONA Veracruz ha apostado por algo que en México suele sonar
revolucionario: integrar puerto y ciudad. Durante décadas, los puertos
crecieron de espaldas a la comunidad, como fortalezas cerradas que generaban
riqueza sin identidad. Hoy se habla de 3,886 empleos directos y 13,078
indirectos ya en marcha, de dinamismo en transporte, industria y turismo. Eso
no ocurre por generación espontánea. Requiere planeación, coordinación
interinstitucional y, sobre todo, una conducción que entienda que el desarrollo
no se impone, se construye con la gente.
Otro punto clave es la nueva Aduana. Pasar de cinco
a 32 carriles, con una inversión de 1,497 millones de pesos, no es un detalle
técnico. Es un mensaje claro al comercio internacional: eficiencia, seguridad y
agilidad. En un país donde las aduanas han sido históricamente focos de
corrupción y cuello de botella, modernizarlas es tocar intereses, romper
inercias y asumir costos políticos. Aquí habrá que ser especialmente
vigilantes: tecnología y cemento no sustituyen la ética ni la supervisión
ciudadana.
Ahora bien, que nadie se equivoque. Estas obras no
son un cheque en blanco. El reto real empieza después del corte de listón.
Transparencia en los contratos, respeto al medio ambiente, condiciones
laborales dignas y rendición de cuentas permanente. El desarrollo portuario no
puede ni debe convertirse en una nueva versión del viejo desarrollismo
depredador que tanto daño dejó en otras regiones del país.
Veracruz tiene hoy una oportunidad histórica. El
mar se está abriendo paso con acero, concreto y visión. Ojalá la política —esa
que suele estorbar cuando no entiende— esté a la altura. Porque cuando la
infraestructura sirve al interés público y no al ego del gobernante en turno,
el progreso deja de ser promesa y empieza a ser realidad. Y eso, en estos
tiempos, ya es bastante decir.
