Por Miguel Ángel Cristiani
En política, como en la vida, los hechos pesan más que las palabras. Y en
Veracruz, donde el discurso suele desbordar promesas que se diluyen al primer
aguacero, el arranque de la rehabilitación de la carretera
Papantla–Espinal–Coxquihui, con ramal a Coyutla, no es un gesto menor. Rocío
Nahle, gobernadora del estado, puso en marcha una obra largamente reclamada en
el Totonacapan: 60 kilómetros de camino que significan mucho más que asfalto.
Son, ni más ni menos, la posibilidad de conectar a una región históricamente
marginada con el resto del estado y del país.
Porque no nos engañemos: el Totonacapan, con toda su riqueza cultural, su
aportación histórica y su valor simbólico para Veracruz, ha sido tratado como
la periferia de la periferia. Los discursos oficiales lo ensalzan en las
fiestas patrias y en la temporada turística de Cumbre Tajín, pero en lo
cotidiano sus comunidades han tenido que sobrevivir con caminos de terracería,
servicios precarios y ausencia institucional. Esa deuda viene de lejos, de
gobiernos de todos los colores, que lo visitaban solo para tomarse la foto con
los voladores, pero olvidaban pavimentar las carreteras.
La rehabilitación de la Papantla–Coxquihui y el ramal a Coyutla —incluidos
tres puentes y obras de drenaje— responde a uno de los 80 compromisos de
campaña de Nahle. Y en política el cumplimiento de la palabra empeñada es oro
molido, porque rara vez ocurre. Ahí está la diferencia: no se trata de una
dádiva, sino de un deber asumido ante los votantes. Sin embargo, lo importante
no es solo que se arranque la obra, sino que se concluya con calidad,
transparencia y en los tiempos previstos. De eso dependerá que este banderazo no
sea solo un episodio propagandístico, sino un verdadero parteaguas para la
región.
Aunque también haya que tener en cuenta el famoso programa de construcción
de carreteras a mano de los pueblos, impulsado por la administración de López
Obrador, en el que se invirtieron miles de millones de pesos, pero que por la
falta de experiencia y el necesario profesionalismo técnico, resultó que a los
pocos meses de terminados, ya estaban inservibles nuevamente, pero esa es otra
historia, que merece ser analizada en detalle también.
Ahora bien, la experiencia obliga a la cautela. Los veracruzanos hemos visto
demasiadas veces cómo un camino recién inaugurado comienza a deshacerse al
primer temporal, producto de materiales de mala calidad o de la corrupción que
se esconde bajo cada metro cúbico de asfalto. En este caso, la gobernadora y su
equipo tendrán que garantizar que no se repitan esas historias. La supervisión
ciudadana, los informes periódicos y la rendición de cuentas serán
imprescindibles para evitar que esta carretera se convierta en otra promesa
incumplida.
Hay otro detalle que no debe pasar desapercibido: la decisión de contratar
empresas constructoras de la región para ejecutar los trabajos. En un estado
donde la obra pública suele ser monopolio de compañías foráneas con padrinazgos
políticos, el que se privilegie a constructoras locales abre una posibilidad
real de derrama económica. No se trata de un gesto altruista, sino de sentido
común: el dinero público debe quedarse en la zona, generar empleo y fortalecer
a quienes, con sus impuestos, lo hacen posible.
El gesto político de pedir a la ciudadanía manejar con precaución porque no
habrá topes, sino reductores tipo “tortuga”, revela otro cambio de enfoque: una
apuesta por infraestructura vial moderna, que prioriza la seguridad sin dañar
la carpeta. Puede parecer un detalle, pero simboliza una diferencia respecto al
estilo de “taponear” todo con soluciones improvisadas. Ojalá se mantenga esa
visión de planeación.
Vale detenernos en lo estratégico: Papantla, Espinal, Coxquihui y Coyutla
son municipios de alta producción agrícola y ganadera. Sus cosechas, que muchas
veces se pierden o se malbaratan por falta de transporte ágil, ahora tendrán
una ruta más segura y eficiente hacia los mercados. El beneficio no es
retórico: menos horas de traslado significan más ganancias para el productor,
más frescura en el producto y más competitividad en la economía local. La
carretera, entonces, no es un capricho de ingenieros: es un motor de
desarrollo.
La obra, sin embargo, abre un debate mayor: ¿basta con rehabilitar caminos
para saldar la deuda histórica con el Totonacapan? La respuesta es no.
Carreteras sin hospitales, sin escuelas dignas, sin oportunidades laborales para
los jóvenes, no bastan. Son un primer paso, imprescindible, pero no suficiente.
La marginación no se combate con asfalto: se combate con políticas integrales,
con respeto a la cultura originaria y con inversiones sostenidas.
El arranque de esta carretera es una señal alentadora. Pero más allá de la
foto del banderazo y de los discursos de ocasión, lo que contará será el
resultado tangible: que los niños lleguen más rápido a sus escuelas, que los
enfermos alcancen a tiempo un hospital, que los productores transporten su
café, su vainilla o su ganado sin perder dinero ni vida en caminos deshechos.
Ese será, en los hechos, el verdadero cumplimiento del compromiso.
Porque al final, gobernar no es solo cumplir promesas: es transformar la
vida de la gente. Y el Totonacapan, con toda su historia de olvido, merece
mucho más que discursos. Merece caminos que conduzcan al futuro.