Desde el Café
Bernardo Gutiérrez Parra
La carta de renuncia de Alfonso Durazo, hasta el 30 de
octubre Secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, es un compendio de
mentiras y autoelogios con los que espera que la historia “que es en su esencia
insobornable, juzgará a su debido tiempo nuestro desempeño y habrá de ser sin
duda generosa”.
Vaya con tamaña pedantería.
Lo que intolera de la misiva aparte de las mentiras,
es el cinismo del autoelogio. Y la desfachatez con la que acomoda las cifras de
la violencia a su conveniencia, para hacer menos vergonzoso el hecho de que ha
sido y con mucho, el peor Secretario de Seguridad del que se tenga memoria.
Dice que recibió el país oliendo a pólvora, pero se va
dejándolo más inseguro, más violento, más desasosegado, más oloroso a pólvora.
Y bañando en sangre como nunca en tiempos de paz, con más de 66 mil asesinatos
en sus 22 meses en el cargo.
Durazo nunca debió llegar a ese puesto porque no es
policía ni ha tenido que ver con la seguridad. Vamos, ni siquiera con la
seguridad de la colonia donde vive.
Pero López Obrador lo puso por “honesto”; porque
prefiere la honestidad a la experiencia según dijo el 29 de noviembre anterior.
“Para irnos entendiendo mejor. Hay quienes tienen mucha experiencia, están
graduados hasta en universidades del extranjero, tienen hasta doctorados, pero
son deshonestos y a nosotros lo que más nos importa es la honestidad”.
El presidente afirmó que en términos cuantitativos le
interesa tener servidores públicos con 90 por ciento de honestidad y 10 por
ciento de experiencia. “Antes era al revés, 90 por ciento de experiencia,
buenísimos y además charlatanes, pero eso sí, muy corruptos”.
Y el honesto Durazo se fue dejando las peores cifras
en la historia de la seguridad en este país.
En otros tiempos alguien con esos resultados hubiera
sido echado ignominiosamente del gabinete presidencial. Pero no Durazo que por
muchas piruetas que haga con los números, no puede ocultar que en sus primeros
20 meses el gobierno de su jefe López Obrador alcanzó la cifra nunca vista de
59 mil 451 homicidios dolosos, contra 32 mil 576 de Peña Nieto y 18 mil 442 de
Felipe Calderón.
¿Quién es el responsable de tantas muertes? Nadie, y
menos Alfonso. ¿Y por qué no es responsable? Porque es honesto y punto. Y por
su honestidad lo premiaron con la candidatura de Morena a la gubernatura de
Sonora.
Lo mismo sucede en Veracruz gobernado por Cuitláhuac
García, un luchador social bueno para gritar consignas en las plazas públicas,
pero incapaz de resolver problemas que requieren de experiencia, capacidad y
vocación de servicio.
En el mismo tenor que Durazo, Cuitláhuac encontró un
Veracruz inseguro y lo tiene más violento; un Veracruz que medio funcionaba y
ahora es disfuncional; un Veracruz quebrado y lo está despedazando.
Qué peligrosa está resultando la honestidad no sólo
para Veracruz sino para el país. Estoy seguro que nadie, absolutamente nadie,
llegó a pensar que se tuviera que pagar tan alto precio por ella.
Ni Durazo ni Cuitláhuac tienen la mínima idea de lo
que se debe hacer en los cargos públicos y como consecuencia de esa ineptitud
sus resultados han sido fatales y demoledores.
Si a Durazo le dieron un súper premio no por el regadero
de muertos que dejó su incompetencia, sino por su honestidad, ¿qué le irán a
dar al honesto Cuitláhuac dentro de cuatro años, cuando entregue los restos de
lo que un día fue el seguro, pujante, trabajador, alegre y bullanguero estado
de Veracruz?